Cuando una traducción te desborda (emocionalmente)
Hace más de seis años que trabajo como traductor y es la primera vez que me pongo a llorar -a moco tendido, no me importa decirlo- haciendo una traducción... Es sobre el continente blanco, la Antártida.
Y más que impotencia, lo que me da es rabia, y sé que no me debería importar nada, porque no creo que vaya a tener hijos a los que legar ningún planeta, y porque realmente me da igual que esto sea un desierto de chalets y urbanizaciones dentro de 20 o 30 años. Lo más seguro es que ya no esté aquí.
Porque si los que tienen la sartén por el mango dicen que no, es que no. Y nosotros, aparte de separar la basura, reciclar los pequeños electrodomésticos, ahorrar agua y energía, si no existe una voluntad política, no hay mucho más que hacer... El petróleo es el único idioma comprensible.
¡Pero basta ya de patrañas y lloriqueos! ¡Estamos en plena temporada de rebajas y mi tarjeta me pide guerra!¡A egoísta no me gana ni monkey-bush ni nadie!
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