Pasión por la traducción
Verbos de movimiento, o sea...
La semana pasada, matando el tiempo con una revista que cayó en mis manos (ejem, primero pasé por el quiosco y luego cayó en mis manos... pero esa es otra historia), de pronto me dí cuenta de que algo tan común como los verbos ir y venir en realidad no es nada común, ni mucho menos igual para todos.
Y me explico... si tienes la suerte de haber nacido currito, hijo de curritos, que tras mucho batallar con la LOGSE has conseguido el trabajo soñado de comercial de telefonía, con lo que esto supone de vacaciones pagadas (de momento...) y planeas irte de viaje a Nueva York, entonces vas y le dices a todo el mundo y cuelgas donde haga falta: “me voy a Nueva York” (no te lo piensas mucho y utilizas el verbo “ir”).
Pero si has tenido la desgracia de nacer de unas papás con apellido compuesto, no utilizas el verbo “ir” para nada, porque las cosas en realidad “vienen” a ti, y así leyendo esta simpática entrevista me enteré de que a esta pobre muchacha primero le vino el internado en Suiza, luego vino un año sabático en París donde aprendió todo lo que sabe sobre el arte de la papiroflexia y luego vino Nueva York y sus galerías. Es como si Pitita estuviera en el centro de algo, sin moverse, y todas las cosas vinieran hacia ella, atraídas por la fuerza gravitacional de una personalidad hiper creativa.
Y es que el lenguaje puede ser un importante elemento diferenciador, además de la moda, el arte, el vino, y para los menos creativos, el dinero.
Studio 2011 y el sonido de los pajaritos
Supongo que será cierto eso que dicen de que a nadie le gusta cambiar, a menos que se vea forzado a ello. La prueba la tenemos en el calentamiento global: no empezaremos a hacer nada hasta que nos veamos con el agua al cuello.
Otro ejemplo de reticencia al cambio, aunque no tan planetario como el anterior, me ocurrió la semana pasada con una traducción-adaptación de un folleto comercial que debía realizar en un formato que no admitía mi vieja versión de Trados SDL 2007. Tengo que decir que ya hace varios meses que unas lucecitas rojas me apremiaban a actualizar mi versión (como, por ejemplo, las indirectas de otro cliente), pero fiel a mi principio de no hacer nada hasta no verme realmente contra la espada y la pared, decidí hacer caso omiso y tirar millas.
Pero esta semana todo cambió, arrastrándome también a mí en el cambio.
Tenía 3 días para entregar el trabajo y mi vieja herramienta ya no servía. Así que en esos 3 días tuve que actualizar mi licencia, aprender a manejar el nuevo Trados Studio 2011, que, horror de horrores, tiene una interfaz completamente distinta al anterior (adiós automatismos de más de 10 años), y de paso hacer el trabajo... Me dije que nunca más me volvería a ocurrir... que la próxima vez me adelantaría a los acontecimientos... que más vale prevenir que lamentar... bla-bla-bla... Hace una tarde increíble, el sol brilla y corre una ligera brisa. Por la ventana me llega el sonido de los pájaros... por un momento, el tiempo se detiene y por un momento, sólo por un momento, mi mente se desliza hacia aquel verano del 78.
Traducciones con un regusto demasiado sexual
¿Cómo te quedaría el cuerpo si uno de tus clientes te dice que la traducción que le entregaste le parece demasiado sexual? Sobre todo, cómo te quedaría si el texto era ni más ni menos que un cuestionario de satisfacción del cliente, que viene a ser algo tan erótico y apetecible como las instrucciones de uso de una aspiradora recoge-pelo...
Y eso que nunca me he considerado un tipo muy sexual, la verdad. Pero mira por donde, resulta que puede que yo no, pero mis textos son la repera, tienen como un no sé qué que incluso los más anodinos levantan pasiones e incitan al pecado... ¡Tras más de 10 años en la profesión, al fin llega mi primer cargo por violación de texto!¡Como si esto de traductor no fuera ya de por sí complicado!