Con los tiempos que corren, nadie en su sano juicio querría que su hijo o hija se dedicara a la traducción y fuera un paria para la sociedad, o peor aún, que quisiera ser un escritor de esos que sólo venden de muertos.
¡Quiera Dios que no! Pero si por una de esas casualidades de la vida identificáis alguno de estos comportamientos “raritos”, avisad rápido al pediatra (
hoy en día, hay pastillas para todo):
Vuestro hijo pasa temporadas en casa ensimismado, sentado en la cama con las piernas colgando. Le preguntáis qué le pasa y os dice que está reflexionando.
Cuando no está reflexionando, está jugando a World of Warcraft, lo que sería más o menos normal si no fuera porque cada poco va apuntando vete a saber lo qué en un cuaderno que tiene guardado bajo llave en su mesilla.
Vuestro hijo os ha cogido una tarjeta de crédito y se ha suscrito por Internet a Le Monde Diplomatique. Vosotros le reñís, como es natural, y él se os queda mirando a los ojos como si fuera la primera vez que os viera o como si acabarais de aterrizar en una nave espacial.
Desde hace un par de años, vuestro hijo mantiene una relación por e-mail con dos niños ingleses que nunca ha visto. A veces, incluso les escribe cartas que vosotros tenéis que echar al buzón.
Que vuestro hijo no es normal salta a la vista, y sobre todo en Navidad. En Navidad el niño se disfraza como un árbol, se cuelga cámara, prismáticos y una cartera en la que mete varios cuadernos, bolígrafos y lápices y una PSP. Y es que le habéis prometido que le llevaríais al zoo y luego al parque de atracciones...
Que no cunda el pánico, aún os queda un último cartucho de esperanza: la ESO y el Instituto. Si el sistema educativo no consiguen cambiarlo, ahí sí que ya tenéis que acudir a milagreros, santeros o a la Plataforma de la Familia.
Categoría: Opinion.