¡Ja, ja, ja! Perdonad que me ría, pero después de las últimas semanas “viendo” transmisiones deportivas (carreras de motos, Fórmula 1, Mundial de fútbol y tenis), y “escuchando” a los locutores deportivos desgañitarse narrando interminables hazañas que en la imagen de vídeo duran apenas unos segundos, no me cabe ninguna duda de que la parte más importante de la comunicación radica en lo que se dice y no en lo que se ve, en como se “vende” y no en lo que se “vende”.
Si no, siempre se puede hacer el experimento de quitar el volumen al televisor y ver lo sosa que puede llegar a ser cualquier carrera de Fernando Alonso sin las interminables disquisiciones y comentarios –eso sí, ni agudos ni muchas veces oportunos– de los periodistas. Pero bueno, la palabra no siempre tiene que atesorar las verdades del universo. A veces, su función principal es la de congregar a personas alrededor de un mantra que se repite una y otra vez, con cadencia y ritmo musical, hasta adquirir la consistencia mágica de las palabras desprovistas de significado.
Es entonces cuando las palabras pueden convertirse en algo parecido al ruido, como dice un tal Geoffrey Moore (“Verbal content, by virtue of its sheer volume, is increasingly perceived as noise” fuente: bitácora de Juan Freire). Aunque con lo que no estoy de acuerdo es con la afirmación siguiente: “Images are King”... Y si las imágenes lo son todo, ¿por qué se empeña en utilizar el lenguaje verbal para soltarnos sus diez verdades sobre el ecosistema digital? ¿Por qué no utilizar fotos, vídeos o combinaciones de colores para transmitirnos sus profecías? Porque en realidad ni él mismo llega a creerse esta supuesta supremecía de la imagen. Algunas líneas más abajo dice: "All they experience about you is a function of your ability to manipulate vocabulary and symbols".
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