Para entender Un monde sans pitié hay que tener muy en cuenta el contexto social de la segunda mitad de los 80: el fin del pleno empleo en los países ricos de Europa, el final de los intelectuales sin oficio y de los vividores sin beneficio, que pasarían a engrosar las crecientes filas de los sin techo... En fin, el adiós a muchas utopías. Porque ésta es una película utópica, descarnada y nada recomendable para las tardes más lluviosas.
En una Francia amodorrada y convulsa al mismo tiempo, aterida antes los cambios inminentes, una estudiante de traducción e interpretación, bien rangée, bien comme il faut, se enamora de manera irremediable (la poesía siempre golpea de forma violenta) de un nihilista de nuevo cuño, sin estudios, ni trabajo, ni tan siquiera paro.
Si quieres encontrar belleza busca en la basura (parece el rumor lejano que acompaña las secuencias). Desde luego, cada ciudad tiene su época: para el Nueva York y París más auténticos fue a finales de los 70 y principios de los 80.
¿Qué raro que esta supuesta mejor época coincida también con mi infancia y adolescencia?
Pero me estoy desviando del tema...
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