Tenía ganas de ver La vida secreta de las palabras, la última película tan galardonada de Isabel Coixet. A decir verdad no me atraía la historia del accidente en la plataforma petrolífera y la consiguiente redención y cambio de vida del accidentado, algo que ya se había visto en Rompiendo las olas. Con una diferencia fundamental, la de Lars von Trier es un melodrama visual (y musical) estilo culebrón, compuesto de estampas que intentan remedar las "estampas" con que se abre cada capítulo de Las olas, de Virgina Wolf.
La de Isabel Coixet es mucho más comedida. Desde el principio me llamó la atención la distinción que hace entre las palabras y el silencio (en el mundo sólo existen las palabras y el silencio). Algo que podría ser una simple estructuración abstracta de la realidad, en la película se ve “materializado” en la sordera de la protagonista. Para ella, las palabras eran desgarradoras y poderosas, constituían el nexo de unión con su pasado atroz, la lucha o la negación de la nebulosa del presente, la posibilidad de plantear proyectos y construir futuros donde la vida fuese mejor (asistimos a un improbable final feliz que le agradecemos mucho a la directora, y nos damos cuenta de cómo construimos nuestra propia vida con palabras).